Me está gustando dibujar tatuajes…reconozco que es algo que me atrae, pero solo para verlo, para disfrutarlo como lo haría con cualquier otra expresión artística. Conclusión: sólo estoy practicando, pero durante todas esas horas no dejo de pensar…
Dicen que los tatuajes se hacen para no olvidar. Yo soy de la opinión de que a veces dejamos de ver lo que tenemos en frente, que lo que hoy es importante mañana puede no serlo y que la imagen de la que nos enamoramos hoy, mañana puede desagradarnos. Por tanto…qué perdura más? La tinta de un tatuaje, la fuerza del sentimiento que te impulsó a hacértelo o ese recuerdo que vuelve a ti en forma de olor, de canción, de imagen guardada en un cajón…y que hace que se te ponga la piel de gallina?
Me encanta ver los tatuajes (los que están bien hechos y siempre en otras personas). Son una mezcla de arte, inocente romanticismo y valentía, por aquello de obviar el dolor físico y pensar que es una imagen con la que quieres permanecer hasta el final de tus días. Lo aplaudo porque yo no sería capaz…Siempre ando buscando «esa imagen», mi amor verdadero artístico (por continuar un poco con eso del romanticismo), pero lo cierto es que siempre que comienzo una obra lo hago con esa pasión y esa entrega y antes de terminarla, es probable que haya comenzado otras dos…con las mismas ganas y la misma sensación de que va a ser la que me lleven a finalizar mi búsqueda…
Mis dibujos son mis tatuajes, mis pequeños momentos inmortalizados, pero en lugar de hacérmelos sobre la piel, los guardo en carpetas o los amontono en las paredes y el suelo de mi cuarto de pintura. De vez en cuando encuentro alguno que tenía olvidado y revivo un momento muy íntimo y especial: la emoción que me llevó a hacerlo, la ilusión, lo que sentía en ese momento, lo que pensaba acerca de esto o aquello…y entonces sé, que ese momento si es «imborrable»
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