Qué días tan grises…pero hoy no me pienso nublar yo también. Hoy me despido de este cuadro que me encargaron desde Suiza en medio del confinamiento.
«Un plato de sardinas II» ha supuesto una inyección de esperanza, un empujón para seguir pintando y ha hecho que mis noches terminasen con una buena ración de colorterapia tan necesaria en estos días. Para mi siempre es un honor que alguien elija uno de mis trabajos para que sea testigo desde su pared de esto que llaman vida.
Su futura dueña me decía que era el toque de alegría que faltaba en las paredes de su casa, pero lo que no sabíamos, es que volver a pintar este cuadro también ha alegrado mi habitación de pintura todos estos días y en parte, ha hecho que se contagien el resto de cuadros que tengo a medias: con mucho color.
Muchas personas piensan que un cuadro solo sirve para decorar una estancia, pero después de tantas semanas encerrados en casa, espero que muchos hayan mirado con más detenimiento los cuadros que cuelgan en sus paredes: colores, técnica, temática….Espero que hayan hecho un ejercicio de reflexión acerca del momento que decidieron hacer esa adquisición y no otra y el recuento de tiempo que llevan compartiendo vida con esa obra. Hay parejas que jamás se ponen de acuerdo en la elección de un cuadro, cuadros que sobreviven a parejas, y otros que ven crecer generación tras generación desde la pared. Son nuestro «Gran Hermano» discreto. Colgar un cuadro en una pared no es una decisión que deba tomarse a la ligera. Pintar un cuadro para alguien es una responsabilidad. Colgar un cuadro de alguien que lo ha pintado para ti, un vínculo.
Este cuadro se marcha a Suiza para ser testigo (y esperemos que en parte cómplice) de la felicidad de su dueña en su nuevo hogar.
